El discurso de Macri, en su asunción
como presidente de la Argentina, no
es màs que la repetición de slogans de
campaña y de lugares comunes como "todos somos argentinos, estamos unidos,
etc", pero su esencia ideológica es
la vieja calificación entre civilización y barbarie, donde la civilidad se
encuentra representadas por ellos, por su clase social, cuya característica es la de ser un grupo de
"profesionales" desideologizados que sólo cumplen funciones y las
cumplen eficientemente, son la apertura a los mercados financieros
internacionales y la modernización.
Con una superficial visión de la historia
nacional dividió al siglo pasado como el de los líderes solitarios y al nuevo
siglo como el de los equipos de trabajo a imagen y semejanza de las empresas.
En el otro extremo de su ideología, la
barbarie, ubicada simbólicamente en un siglo anterior, fue la culpable de la
división, de las ideologías (de no mercado), de la corrupción y el desborde de las
instituciones. Es en definitiva la llamada década kirchnerista.
De ésta manera es como se articula
desde un supuesto discurso de unidad y conciliación, a los que están dentro de esa unidad y quienes
no serán los sujetos del diálogo. De hecho esos sujetos políticos y sociales
que constituyen la barbarie no son mencionados y no tienen un lugar discursivo, ósea no son parte como
interlocutores de un futuro diálogo, simplemente no son, no hay epítetos, no
existen para el futuro gobierno de derecha.
La conflictividad social y las luchas
de intereses serán puestas sobre éste mando calificador y descalificador, ante
los que se oponen a las políticas gubernamentales no serán susceptibles de
derechos, ni de lugares materiales o simbólicos, serán los nuevos desaparecidos
de la fiesta de las clases proimperialistas
Bienvenidos a la fiesta que volverán a
pagar las clases pobres y los trabajadores. Será tarea de los que luchan contra
el poder hegemónico aguar la fiestita antipueblo.
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