15 de julio de 2015

SIN FIN


Ibarra Eduardo

   Mucho es lo que hemos reflexionado sobre la vida y la muerte, muchas son las preguntas sin respuestas que han quedado flotando en nuestra existencia. Hemos tratado de llenar incógnitas con pobres saberes y hasta con instituciones arcaicas. ¿Pero de donde vienen tantas dudas?, ¿cuáles son los motivos, si los hay, de tantas búsquedas frenéticas por encontrar, aunque sea, un atisbo de explicación?.
   No es nuevo o novedoso referirse a la religión como una expresión desesperada del hombre por cubrir todas y cada una de nuestras dudas existenciales. No sería algo original si mencionara que miles de costumbres han sido edificadas  por la fe en un mañana eterno. ¿Pero ésta fe y temor responde al miedo a la muerte?.  Nada de esto es “natural” a la vida biológica del hombre como tal, a diferencia del animal, ya que nuestro instinto de supervivencia sólo responde al hecho de seguir viviendo sin reflexión, ni a una reflexión de contrarios donde la muerte es la no vida a nuestra vida. Solo donde hay raciocinio aparece la muerte como una cuestión primordial y traumática a lo que somos, es ese instante  el que nos separa de los instintos animales cuando la chispa de la duda genera un sinfín de preguntas en búsqueda de respuestas, es tan humana la muerte que nos impregna la vida y la hace racional.
 No sobrevivimos para reproducir la especie, vivimos aferrados a fines que contradicen nuestra finitud y que dan la espalda a cada una de nuestras células que componen nuestro organismo, así generamos una nueva forma de vida, la vida humana claramente opuesta a la biológica; el suicida es tan humano como el que lucha por no morir, el que se aferra a la vida lo hace de mismo modo que el que se la quita, se humaniza la vida y la muerte. Me atrevería a sostener que el suicida es más humano que el que lucha por seguir viviendo.
¿Es la muerte nuestro verdadero trauma? ¿Qué representa la muerte?. Si bien en nuestras vidas todo hecho genera alguna perturbación, no sólo en forma negativa, la muerte es una constante que marca cada paso de lo que somos y hacia (y hasta) donde vamos, pero ¿qué hay detrás?. Es obvio que sin muerte no hay vida, es una clara relación dialéctica en constante contradicción que sólo resuelve con nuestra derrota, en la cual la muerte es quizás un mero accidente o una simple manifestación y no una tragedia. Convivimos con la muerte a cada paso, todo lo que somos y fuimos va muriendo, cada célula de nuestro cuerpo se va extinguiendo y otras van naciendo, no somos los que fuimos, ni lo seremos, hemos convivido pacíficamente con la muerte y con nuestras propias contradicciones entre la vida y la no vida, le hemos dado una personalidad a la muerte al “sujetarla” a nuestras propias características humanas; es la que convive con nosotros, nos espera, nos viene a buscar, tiene forma y sentimientos, nos la hemos apropiado o incorporado a nuestro imaginario, ya no es ajena a la vida humana. Entonces  ¿es  un verdadero drama?. Si cada padre invoca su propia finitud antes que la muerte de un hijo, si una causa vale la propia vida, si el honor puede primar antes que una continuidad deshonrosa, si la religión desmerece la vida en post de un paraíso, si el dolor vale una vida, ¿Dónde queda están nuestros temores?
   Sentimos que la vida es tiempo y por eso lo hemos racionalizado, le hemos puesto horas, días, años, por lo que la muerte es aquel que nos anuncia que la carrera ha culminado, que el tiempo se acabó; ¿se acaba el tiempo?. La muerte subjetivada se transforma en un ser que mide nuestra persistencia y también nuestra resistencia, es un mensajero anunciando que para nosotros llegará un tiempo de no tiempo, pero no dentro de la lógica religiosa del fin de los tiempos, sino en función de algo que ya no es y que no tiene continuidad, ya no es ni será. Por lo tanto toda vida implica tiempo y el tiempo es algo material, en sentido filosófico, es algo. ¿Què es? Lo que somos, lo que pensamos, vivimos, ocupamos. El tiempo es un lugar donde somos un todo, donde no hay espacios vacios, somos en todo aspecto de nuestra existencia temporal. No hay en nuestra vida temporal una falta de contenido, por lo que la muerte tiene sentido dentro de ésta, tiene un lugar, tiene su razón de ser al ponerle un fin en razón de la vida.

  Si la muerte es “sujetada” ¿què subyace en nuestros miedos?. La muerte es sujeto de nuestras vidas, como actor pasivo y paciente ante el advenimiento de una nueva etapa de algo que si bien es significado por las distintas creencias basadas en la fe, lo atemporal es lo que subyace en la finitud de una idea o esperanza infinita.
  Lo atemporal contradice o niega al tiempo humano cargado de contenidos, de espacios y reafirmaciones, nos lleva a un no lugar que  niega todo y el todo en nuestro ser; ya no hay nada en que aferrarse, ni siquiera el sálvese quien pueda o la estafa de los cuerpos espirituales.
   Es aquí donde nuestra capacidad de “sujetar” se detiene, donde encuentra no una barrera, sino una falta total de contenidos y de contenedores. Es donde aparece algo tan extraño y ajeno al hombre que no puede si quiera pensarlo, ni objetivizarlo o subjetivizarlo. Es el miedo màs profundo que nos conmueve hasta la última fibra de nuestros pensamientos y nuestra propia existencia, el no lugar atemporal donde se deja de ser, es lo imposible de aprehender, es la nada.
 Toda nuestra vida está marcada por la reafirmación casi histérica en contra de la nada, toda una vida como una tabla de salvación por algo que no es. La nada es ajena al hombre en su negación total y absoluta, cada religión o filosofía es la lucha desigual por contener a la nada, para darle forma en un más allá, que tiene más de terrenal que del idílico paraíso celestial.
   La muerte como  un portal a la nada es nuestro salto al vacío.

   Lo que queda sin explicar hasta aquí es, teniendo en cuenta lo fatalista de nuestra existencia, cabe preguntase, ¿Cuál es el motivo por el cual vivimos y luchamos por nuestra felicidad y la de las futuras generaciones? Quizás la respuesta esté en la interpretación y como sentimos al tiempo, no al tiempo biológico que se manifiesta en nuestro cuerpo y en nuestro medio, sino el tiempo humano, aquel que el hombre puede moldear en función a su mirada hacia el futuro y por lo tanto condicionar su presente.

   Ese tiempo humano es el que se vive como un tiempo eterno, donde cada acto y cada segundo es infinito en sí mismo, sin la noción de un fin (en sentido de lo finito) y/o el contraste con la nada en función de ese tiempo vivido como un todo.
   Sin caer en los engaños y autoengaños de las  trascendencias religiosas, esotéricas o mágicas, en la vida real y cotidiana del hombre, la finitud de su vida y la nada están negadas o ausentes en forma voluntaria o involuntaria.

¿Será que el olvido es también necesario para la vida en función de nuestra finitud y felicidad?








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