Ibarra Eduardo
El establecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y EEUU marca un hito histórico, no sólo por el pasado controvertido entre ambas naciones, sino porque abre hacia adelante un sinfín de posibilidades y por ende resultados. Por lo tanto estamos ante un nuevo proceso histórico en el cual los latinoamericanos somos parte.
El hecho de que la noticia se haya
dado sin preámbulos anteriores, salvo los encuentros a puertas cerradas, y que
al unísono tanto Raúl Castro como Obama hayan pronunciado su discurso,
manifiesta la particularidad y complejidad de los procesos políticos tanto
hacia el contexto internacional como hacia el interior mismo de los EEUU.
A diferencia de los grandes medios
hegemónicos y de los intelectuales del imperialismo (autóctonos o extranjeros),
la mirada tiene que estar puesta hacia el interior del gobierno norteamericano,
su situación socio/política y su estrategia global.
Si bien se ha hablado siempre de que
Cuba necesitaba cambios, el hecho de que se restablezcan las relaciones diplomáticas
es un claro triunfo de la Revolución. Desde 1961 Cuba siempre ha luchado en
contra del bloqueo y los ataques del imperialismo, tanto Fidel como Raúl han
sido consecuentes en reclamar el reconocimiento y el diálogo entre Estados de
igual a igual, no como sostienen los medios hegemónicos que el aislamiento es propiciado por y para el
“régimen”.
Desde que el imperialismo yanqui
rompió las relaciones diplomáticas y comerciales con la isla, los cubanos han
sufrido pérdidas económicas y de vidas.
El gobierno yanqui ha tratado de acabar con la Revolución Socialista de
distintas formas, ya sea por atentados terroristas, magnicidios, sabotajes,
campañas internacionales de desprestigio, mentiras, invasiones y por supuesto
el famoso bloqueo económico. Todas estas medidas fueron infructuosas y
contraproducentes para el imperialismo. Sin bien el bloqueo supuso pérdidas
económicas, que se calculan entre 100.000 a 150.000 millones de dólares, la
cohesión interna y la defensa de la revolución siempre estuvo presente en el
pueblo cubano.
El embargo y los ataques a la
Revolución fueron siempre actos unilaterales por parte del Gobierno de EEUU y la
lucha contra éstos fue encabezada por Cuba, lo cual se expresa claramente en la
frase de Fidel: con seis meses sin embargo demostraremos de que es capaz el
socialismo. Por lo tanto no hay nada nuevo bajo el sol del Caribe en su larga
lucha.
Si bien el embargo todavía sigue
firme y la ley Helms Burton (1996) sigue vigente, el impacto en la economía
cubana es inmediato, ya que en uso de las facultades ejecutivas, Obama ha
dispuesto una serie de modificaciones con respecto a elevar las remesas
enviadas a la isla, de 500 a 2000 dólares, la ampliación de permisos de viajes
turísticos y familiares, la posibilidad de compra de materiales de construcción
y agrícolas a EEUU, la importación de productos cubanos por parte de viajeros
norteamericanos y el establecimiento de distintas red de telecomunicaciones.
Todo esto coronado con la vuelta a la
Patria de los tres héroes cubanos injustamente presos en las cárceles del
imperio, lo cual ha dado una mayor alegría al pueblo y ha demostrado que el
socialismo es parte de la construcción de la cultura y del sentimiento
nacional, hecho muy distinto con lo sucedido del otro lado con la devolución
del infiltrado yanqui Alan Gross.
El ojo de la tormenta
El epicentro de las dudas gira en
torno a la posición de EEUU y màs precisamente
del Poder Ejecutivo.
La asunción de Obama a la presidencia
marcó la ascensión de un nuevo bloque de poder dentro de EEUU. En la era Busch
y su lucha contra el llamado terrorismo, los poderes económicos que
prevalecieron fueron los de la industria nacional en consonancia con los
sectores políticos conservadores, quienes entendieron e impulsaron una política
exterior con claros dominios unilaterales por parte del poder centralizado del
imperialismo yanqui. Su concepción fue
plasmada en la intervención militar unilateral hacia los países petroleros de
Medio Oriente y en la intervención directa en el establecimiento de gobiernos e
instituciones, cuyo eje de expansión fue el Atlántico.
En el período demócrata el nuevo
bloque de poder estuvo conformado por los capitales financieros globales en
acuerdo con los sectores políticos liberales. Este nuevo bloque de poder tuvo,
y tiene, sus intereses en el desarrollo de los mercados mundiales, sin
necesitad de políticas proteccionistas nacionales. La concepción imperial por parte de éste bloque se
manifestó como una forma de poder unipolar pero de dominación multipolar, ósea
ya no se necesitó de la intervención directa, sea por invasión militar o por
intervención en la construcción político institucional, sino que la hegemonía
se conformó en forma de red, sin la necesidad de la acción directa de las
fuerza imperiales, sino con acuerdo e intereses compartidos con las distintas
élites regionales.
Su eje de expansión se encuentra en
el Pacífico y el bloque contra hegemónico se encuentra representado por China.
Esta nueva conformación del bloque
hegemónico imperialista comenzó a fracturarse a partir de la crisis del 2009 y
su réplica en el 2011, lo cual manifestó que si bien los mercados se
encontraron globalizados en su desarrollo económico/financiero dentro del crecimiento
mundial, también lo fueron en las crisis que el propio sistema genera.
El impacto de los títulos subprime y
derivados tuvo un efecto profundo en la estructura social y económica de EEUU,
que se manifestó después con la pérdida de poder de la gestión Obama.
La crisis global golpeó los cimientos
de sustentabilidad del bloque de poder hacia adentro, demostrando que el imperialismo
era vulnerable ante las contradicciones de su propia dominación global, y
sensible ante la decadencia social producto de la caída de empleos, ejecución
de viviendas embargadas, aumento de las bandas narco delincuentes, incremento
de la población carcelarias (latinos y negros) y la pérdida del poder
adquisitivo de las clases trabajadoras frente al cada vez más abultado incremento
patrimonial de las clases altas.
Este nuevo panorama dio una nueva
oportunidad a los sectores màs reaccionarios y conservadores de la sociedad
norteamericana, quienes demostraron su poder frente a los resultados en las
últimas elecciones de la era Obama. El Tea party y el copamiento del Congreso
por parte de los Republicanos, vino acompañado de un resurgimiento del
nacionalismo màs rancio y de los sectores económicos nacionales que bregan por
una política económicamente proteccionista y de corte xenófoba. También el
avance de grupos de extrema derecha, como el KKK o la asociación del rifle, han
marcado una nueva agenda en las cuestiones internas.
La reciente manifestación y
levantamiento de la comunidad negra, por los sistemáticos abusos policiales,
dio por tierra la última carta que podía esgrimir Obama, la de la igualdad
racial y los derechos civiles, por lo que podemos entender, o atinar a
entender, que el interés de restablecer
relaciones con Cuba puede llegar a estar enmarcado dentro de la lucha política
interna de los EEUU. Puede ser la última gran medida de despedida de la
administración Obama, ante un inminente triunfo presidencial republicano y ante
los sectores populares y progresistas nacionales, que vieron frustrada la posibilidad
de medidas sociales como un cambio profundo al sistema de salud.
Pero también tenemos que
entender èste cambio de cara al
posicionamiento de EEUU en el mundo, tanto en su claro desprestigio moral, como
en la pérdida de liderazgo político y económico, por lo que ésta medida podría
implicar la necesidad de un lavado de cara frente a èste panorama. Igualmente importante es la presión de
sectores de la burguesía que ven la apertura hacia Cuba como una posibilidad de
negocios.
La pelota está en el campo de los EEUU
quien tendrá que revalidar éste cambio en un Congreso dominado por los sectores
conservadores, tanto de los republicanos como de parte de algunos demócratas.
Un proceso es un final abierto
Si bien estamos presenciando un
cambio trascendente, no podemos anticipar un resultado, ni el rumbo que se
tomará a partir de èsto.
Todo marxista serio entiende que los
procesos históricos son el inicio de una construcción a futuro, donde las
fuerzas en pugna van dibujando el devenir de acuerdo a la correlación de
fuerzas, aunque en las relaciones internacionales no sólo juega la fuerza un
rol importante, sino también la oportunidad que los actores tienen de actuar.
Desde los distintos medios
hegemónicos que operan en EEUU y en América Latina han tratado de predecir y
bregar por un cambio en Cuba. Desde la caída de la URSS y el campo socialista,
los opinólogos e ideólogos del imperialismo han deseado ver a la Revolución de
rodillas y acabada, dando un sinfín de teorías y análisis de poca monta y de
dudosa rigurosidad científica. Sin embargo el pueblo cubano fue haciendo y
enfrentado las distintas situaciones con cohesión y sin bajar las banderas, lo
cual no es, como cacarean los medios imperialistas, la dominación de un Estado
dictatorial hacia una población sojuzgada, sino una revolución hecha carne en
el mismo pueblo cubano.
Hoy ante la frustración de los deseos
imperiales y de sus lacayos, el nuevo
argumento se direcciona hacia un cambio pacífico y sin sobresaltos, hacia la
implementación de medidas de corte capitalista, donde la introducción de
divisas e intercambios comerciales supondrá indefectiblemente el fin del
socialismo y de la vanguardia del Partido Comunista. Esta predicción cae en el
simplismo economicista, donde se entiende a la complejidad de un pueblo y su
cultura sólo atada a las transacciones mercantiles. Un pequeño gran detalle que no toman en cuenta es que el crecimiento
económico de Cuba, dará recursos a la Revolución para seguir desarrollando
planes sociales que fortalezcan al socialismo.
Más allá de los problemas económicos
y de la difícil situación de Venezuela frente a la baja del barril de petróleo,
el pueblo cubano ha demostrado que no claudica en sus principios, ni en ser él
quien forje su propio destino.
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