7 de junio de 2014

El mundial

ES FUTBOL ESTÚPIDO
Ibarra Eduardo

Hace varios meses que nos encontramos en una influencia casi totalizante de la cultura del fútbol, ésta abarca un tiempo que se prolonga más allá de la competencia mundialista y también la antecede en un sinfín de cuestiones que no interesa analizar aquí. Es en ésta época donde un deporte, entre muchos otros, traspasa su propia naturaleza y fin, es el momento en que una supuesta cultura del balón pié hace su aparición en las más instintivas manifestaciones, no sólo por la  primacía de la actividad física, sino por la explícita imposición de que los sentimientos dejan de lado todo sesgo racional, cosa que es proclamada a los cuatro vientos, por todos los medios y por los variados actores que intervienen y se benefician en  ésta suerte de supremacía.
La cultura popular que hace al fútbol una “pasión y consumo” de multitudes, no se encuentra apartada de los procesos históricos los cuales le imprimen y resignifican el contenido de cómo y con qué fin se producen los eventos deportivos. Desde su arribo a las costas del Río de la Plata se identificó con una forma más de expresión y esparcimiento de las clases trabajadoras y marginadas. A fuerza de número y tradición con el tiempo se fue institucionalizando y oficializando como deporte nacional, siendo aceptado y practicado por las clases màs acomodadas. Con la reglamentación y su entrada en la esfera del Estado, los distintos gobiernos lo utilizaron para aglutinar voluntades, distraer (aunque se a corto plazo) y crear sensaciones igualitarias, transformando a la selección argentina en una suerte de ejército que lucha contra un resto del mundo ajeno a nuestra identidad.
La expansión y profesionalismo se fue dando y retroalimentando dentro de las leyes económicas del propio sistema capitalista, por lo que los jugadores devinieron en  pateadores de millones de dólares, los Directores Técnicos en gerentes, los representantes en financistas a largo plazo y  los directivos de los clubes en CEOs de empresas S.A ;  por lo que el compromiso y dedicación sincera ha quedado relegado al rincón de los que conjuran deporte con compromiso social (los que nunca van a salir en la tapa del diario o ser la admiración colgada en posters).
 Como toda manifestación popular de envergadura, la política y la economía se conjugan en un cóctel ideológico publicitario y propagandístico, tanto los actores definidos como políticos y los intereses definidos como económicos, insertan y trasmiten los valores a destacar en esa pasión llamada fútbol. Las ventas de distintos productos se unen con la exacerbación de la identidad propia, del nacionalismo infantil del grito y el llanto, de la diferencia con los otros países por el amor a la camiseta.  La sociedad cuya vida està signada por el individualismo y la frustración tiene su sueño de gloria a través de un mensaje esperanzador de ser los mejores, de verse a sí mismo emular lo que sienten o viven los 11 jugadores dentro de la cancha, y sentir que la solidaridad aflora en el espíritu de grupo, donde la pequeñez de una sobrevida gris se agranda al sentirse dentro de ese estadio; todos nos abrazamos, todos hacemos sacrificios por la selección, todos sufrimos y nos alegramos como iguales, todos hoy somos argentinos, por eso comprá la tv de 52` para sentirte que estás ahí, aunque no puedas màs que mover el dedo en el control remoto o emular la actividad física los fines de semana.

Ahora,  ¿es esto un rapto de patología temporal producto de un deporte exacerbado por los sentimientos?. En realidad es parte de la misma sociedad en la cual el hombre vive una vida de frustraciones  y con una ausencia de libertad y de realización tan grande que traslada todo lo que quisiera ser a esos “representantes” del éxito.  Una vida vacía y vaciada no tiene otra satisfacción que  ver en el otro un objeto de deseo amoldado a los parámetros del propio sistema mercantilista, consumiendo algo para rellenar y aplacar la angustia existencial.
Los multimillonarios jugadores pasan a ser grandes héroes nacionales, patriotas a la altura de San Martìn, grandes figuras en las cuales sus pies son producto de una inteligencia erudita y las jugadas terribles batallas por la cruzada independentista; un tipo como Messi que no puede articular un simple discurso con dos frases seguidas, es el nuevo ejemplo argentino, rango que comparte con el Papa Francisco (paradigma, si los hay, del deseo de una vida mejor allà en la nebulosa  del infinito imaginario). Cancha y paraíso, dios y goles, vivir de alguna manera la impotencia de lo que no somos y pretendemos ser.

Transformados en receptáculos de instintos y sentimientos nos convertimos en una masa identificada por el nacionalismo construido a fuerza de sacrificios cabaleros. Cualquier crìtica u objeción a la cultura futbolera es “neutralizada” por el argumento costumbrista y el anclaje popular de una masificadora avalancha, lo que no permite la intromisión de elementos sociológicos o exógenos al sentimiento exacerbado, por lo cual cualquier tara social y costumbre retrógrada hubiese podido ser superada.

Lo que hace diferente a éste mundial, no son ni los equipos, ni los jugadores, sino la posibilidad de que por primera vez se pueda dar una ruptura en el mensaje y en espacio simbólico del mundial de fútbol. Estará en la capacidad de lucha, resistencia y visibilidad que logren los trabajadores y los grupos anti sistema.


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