ES FUTBOL ESTÚPIDO
Ibarra Eduardo
Hace varios
meses que nos encontramos en una influencia casi totalizante de la cultura del
fútbol, ésta abarca un tiempo que se prolonga más allá de la competencia
mundialista y también la antecede en un sinfín de cuestiones que no interesa
analizar aquí. Es en ésta época donde un deporte, entre muchos otros, traspasa
su propia naturaleza y fin, es el momento en que una supuesta cultura del balón
pié hace su aparición en las más instintivas manifestaciones, no sólo por
la primacía de la actividad física, sino
por la explícita imposición de que los sentimientos dejan de lado todo sesgo
racional, cosa que es proclamada a los cuatro vientos, por todos los medios y
por los variados actores que intervienen y se benefician en ésta suerte de supremacía.
La cultura popular que hace al fútbol
una “pasión y consumo” de multitudes, no se encuentra apartada de los procesos
históricos los cuales le imprimen y resignifican el contenido de cómo y con qué
fin se producen los eventos deportivos. Desde su arribo a las costas del Río de
la Plata se identificó con una forma más de expresión y esparcimiento de las clases
trabajadoras y marginadas. A fuerza de número y tradición con el tiempo se fue
institucionalizando y oficializando como deporte nacional, siendo aceptado y
practicado por las clases màs acomodadas. Con la reglamentación y su entrada en
la esfera del Estado, los distintos gobiernos lo utilizaron para aglutinar
voluntades, distraer (aunque se a corto plazo) y crear sensaciones
igualitarias, transformando a la selección argentina en una suerte de ejército
que lucha contra un resto del mundo ajeno a nuestra identidad.
La expansión y profesionalismo se fue
dando y retroalimentando dentro de las leyes económicas del propio sistema
capitalista, por lo que los jugadores devinieron en pateadores de millones de dólares, los
Directores Técnicos en gerentes, los representantes en financistas a largo plazo
y los directivos de los clubes en CEOs
de empresas S.A ; por lo que el
compromiso y dedicación sincera ha quedado relegado al rincón de los que
conjuran deporte con compromiso social (los que nunca van a salir en la tapa
del diario o ser la admiración colgada en posters).
Como toda manifestación popular de envergadura,
la política y la economía se conjugan en un cóctel ideológico publicitario y
propagandístico, tanto los actores definidos como políticos y los intereses
definidos como económicos, insertan y trasmiten los valores a destacar en esa
pasión llamada fútbol. Las ventas de distintos productos se unen con la
exacerbación de la identidad propia, del nacionalismo infantil del grito y el
llanto, de la diferencia con los otros países por el amor a la camiseta. La sociedad cuya vida està signada por el
individualismo y la frustración tiene su sueño de gloria a través de un mensaje
esperanzador de ser los mejores, de verse a sí mismo emular lo que sienten o
viven los 11 jugadores dentro de la cancha, y sentir que la solidaridad aflora
en el espíritu de grupo, donde la pequeñez de una sobrevida gris se agranda al sentirse
dentro de ese estadio; todos nos abrazamos, todos hacemos sacrificios por la
selección, todos sufrimos y nos alegramos como iguales, todos hoy somos
argentinos, por eso comprá la tv de 52` para sentirte que estás ahí, aunque no
puedas màs que mover el dedo en el control remoto o emular la actividad física
los fines de semana.
Ahora, ¿es esto un rapto de patología temporal
producto de un deporte exacerbado por los sentimientos?. En realidad es parte
de la misma sociedad en la cual el hombre vive una vida de frustraciones y con una ausencia de libertad y de
realización tan grande que traslada todo lo que quisiera ser a esos
“representantes” del éxito. Una vida
vacía y vaciada no tiene otra satisfacción que ver en el otro un objeto de deseo amoldado a
los parámetros del propio sistema mercantilista, consumiendo algo para rellenar
y aplacar la angustia existencial.
Los multimillonarios jugadores pasan
a ser grandes héroes nacionales, patriotas a la altura de San Martìn, grandes
figuras en las cuales sus pies son producto de una inteligencia erudita y las
jugadas terribles batallas por la cruzada independentista; un tipo como Messi
que no puede articular un simple discurso con dos frases seguidas, es el nuevo
ejemplo argentino, rango que comparte con el Papa Francisco (paradigma, si los
hay, del deseo de una vida mejor allà en la nebulosa del infinito imaginario). Cancha y paraíso,
dios y goles, vivir de alguna manera la impotencia de lo que no somos y
pretendemos ser.
Transformados en receptáculos de instintos
y sentimientos nos convertimos en una masa identificada por el nacionalismo
construido a fuerza de sacrificios cabaleros. Cualquier crìtica u objeción a la
cultura futbolera es “neutralizada” por el argumento costumbrista y el anclaje
popular de una masificadora avalancha, lo que no permite la intromisión de
elementos sociológicos o exógenos al sentimiento exacerbado, por lo cual
cualquier tara social y costumbre retrógrada hubiese podido ser superada.
Lo que hace diferente a éste mundial,
no son ni los equipos, ni los jugadores, sino la posibilidad de que por primera
vez se pueda dar una ruptura en el mensaje y en espacio simbólico del mundial
de fútbol. Estará en la capacidad de lucha, resistencia y visibilidad que
logren los trabajadores y los grupos anti sistema.
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